dilluns, 8 de gener del 2024

Caja de Navidad

El tren llegó a la estación, de él se apeó José portando en una mano un pequeño maletín con ruedas y en la otra una caja de Navidad, aguinaldo de la empresa donde trabajaba.
En su rostro se dibujó una sonrisa al pensar en la alegría de sus hijos al verle llegar a casa con el regalo.
Sacó las llaves para abrir la puerta, pero sus hijos, al escuchar el ascensor, salieron corriendo a recibirle. Un gran alboroto se formó entre los tres niños al observar la caja que su padre traía a casa.
 
—¡Papá, papá! ¡Qué grande! ¿Habrá turrones?
—Claro que sí, y muchas más cosas, esperaremos a que llegue mamá.

Dejaron la caja en el recibidor y José entró en el cuarto de baño a ducharse. Impacientes, los pequeños no podían esperar y entre los tres alzaron la caja y la depositaron sobre la mesa.

—¡Pesa un montón! —exclamó Adela, la hermana mayor.

Empezaron a cortar la cinta de plástico que la sujetaba, en ese momento llegó la mamá, al ver la ilusión de los pequeños dejó que ellos mismos fueran sacando todo lo que en ella había.

—¡Mamá, mamá! ¡Cuántas cosas hay!: turrón de chocolate, mazapán, aceitunas, muchas botellas y hasta un jamón.
—¿Un Jamón?, este año se ha notado que la empresa ha prosperado -—dijo la mujer.

José, al escuchar la palabra “jamón”, salió apresuradamente del baño. En ese mismo instante llamaban a la puerta.

—Será el Sr. Juan, el vecino del segundo A, vendrá a recoger una caja que han traído para él.

María salió a abrir, justo en el momento en el que José se acercaba a la mesa donde se encontraba la caja.

—Adelante Juan, su caja está en el recibidor.
—Sr. Juan, ¡mire qué caja le han regalado a mi papá!, se ve que la empresa donde trabaja ha prosperado, hay hasta un jamón, y es del bueno, y turrón de chocolate —dijo Luisín.
—Sr. Juan, ¿por qué no se quedan a cenar con nosotros? Hay mucha comida —dijo el pequeño Alberto.
—¿Sabéis qué?, nos quedaremos con la condición de que abráis también mi caja, voy a avisar a mi mujer y compartiremos una gran cena.

A María no le pasó desapercibida la mirada de gratitud y sentimiento entre los dos hombres.

—Sr. Juan —volvió a gritar Luisín—, su empresa no ha prosperado como la de mi papá.

Pepa Gadea

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